viernes, 16 de julio de 2010

La fe mueve montañas...


o las horada. Zipaquirá (Colombia), Catedral de sal/CFR

jueves, 25 de febrero de 2010

Eh, oh, Canada...go!

Cristina Fernandez Rovira (British Columbia)
Esportiu.cat

“O, Canada” entonen els nens del cor a dalt de l’escenari. Dos agents de la policia muntada, amb la seva inconfusible casaca vermella, custodien les escales. Els polítics ja han fet els seus discursos. La gent s’amuntega a la gespa de l’estadi Hillside de Kamloops, les grades, amb capacitat per 2000 persones, s’omplen a mida que s’acosta el moment. És mitja tarda i ja ha caigut la nit. La temperatura està sota zero. Una banda de blues ha fet sonar els seus acords just després de què els nadius de la comunitat mostressin els seus balls ancestrals. (Llegir article complet)

domingo, 31 de enero de 2010

Breve Bratislava

Bratislava se debate entre la piedra y el plástico. El este y el oeste. Entre la kapusnitca -sopa de repollo- y la hamburguesa. Con su pasado imperial, su bloque del este, su disidencia marcada por la Revolución de Terciopelo, y su presente de tratados y cumbres, Bratislava se encuentra en el centro de Europa y, quizás por eso, recoge casi todas sus esencias.


Cuando uno se acerca al este se da de bruces con la piedra, el cemento, el hierro oxidado de los tranvías que  traquetean imposibles por esta ciudad entre los Pequeños Cárpatos y a orillas del Danubio. Casi dan ganas de lanzar adoquines a los policías. Pero también con las sinagogas, las iglesias ortodoxas o las óperas. Aquí, el plástico es un lujo de la modernidad que llega para quedarse y compartir sus calles con un cielo enmarañado de cables.
Bratislava mira al pasado menos reciente y adopta como símbolo de la ciudad las cuatro torres del castillo, que empezó a construirse en el siglo X. Es tan blanco que resistiría la prueba del algodón. Como todo castillo que se precie, está en lo alto de una colina desde la cual se tiene una de las mejores vistas sobre el Danubio. Actualmente, el Castillo de Bratislva alberga el Museo Nacional Eslovaco.
El pasado más reciente lo marca 1948, cuando Checoslovaquia pasó a formar parte del bloque oriental. Fue entonces cuando la población empezó a crecer y se construyeron las grandes zonas residenciales. Para unir la Ciudad Vieja con la nueva Bratislava, se construyó el Puente Nuevo,  que carece de pilares y pende de cables de acero.
                                          

Bratislava, coqueta y tranquila, mira de reojo a la vieja y cosmopolita Viena. El presente es un día de Navidad, con la gente en la calle y las bandas de música tocando villancicos bajo un cielo gris pero que forma parte de la Unión Europea. 
El futuro, quién sabe. Tal vez sea la búsqueda, en la adopción del plástico, de algo que creyó perdido al otro lado. 


1.- Casco histórico de Bratislava/CFR'09
2.- Castillo de Bratislava/CFR'09
3.- Puente Nuevo/CFR'09

miércoles, 20 de enero de 2010

Pequeño vals vienés en un McDonald's

Me debes un vals, le dijo entre las cortinas de hielo que cubrían la ciudad. Aunque sólo sea por Lorca.
- Y por Cohen, le respondió él agarrándola de la cintura bajo las luces de neón y los leds navideños.

Fue lo primero que se dijeron cuando llegaron a Viena. Cada bocanada de aire les helaba los pulmones, la ciudad los recibió en una de sus noches más frías. O eso le pareció a ella. Le parecía que el asfalto desprendía un frío que directamente se le metía en los huesos y que no podía remediarse ni con los susurros de él.

Llegaron a la ciudad en esa maldita hora en que todo está a punto de cerrar en cualquier país que no sea España. Agarrados de los guantes, cansados y hambrientos, deambularon por las avenidas de una ciudad que algún día fue nueva hasta que una prisa de sueño los empujo al interior de esa tienda de comida rápida.
- Te debo un vals.

Y Lorca habló por ella.




Pequeño vals vienés, Federico García Lorca

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.
 Este vals, este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.
Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.
En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados,
hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.
Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals, este vals del "Te quiero siempre".
En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orillas tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.



1.Catedral de Viena/CFR'09
2.Palacio de Sisí/CFR'09

jueves, 14 de enero de 2010

Memento Park o el cementerio de sueños y pesadillas


Memento Park es un museo al aire libre hecho de desilusiones. Está a las afueras de Budapest, en lo alto de una colina a la que se llega en un bus, en cuyo boleto ya va incluida la entrada.

Uno llega y dice, ¿y por dónde se entra? Pues más o menos por donde quieras pero hay una señora refugiada en un cuartucho y tan cerca de una estufa de butano que debe de ser perjudicial para la salud, que te mira el billete y te sonríe, si cuadra y si el frío la deja. Entonces, ves una explanada cubierta de nieve y te enteras por las postales que hay dibujos en el césped y que la cosa tiene más miga de la que tú aprecias en ese momento de emoción contenida al pasar por delante de una estatua de Lenin y de un Trabant. Te acuerdas del folleto, que dice que es el único parque de Europa donde se reúnen las estatuas de la época soviética y dices, a ver si me transportan -con un poco de imaginación- a los tiempos de la Guerra Fría. Sólo por curiosidad, por conocer el otro lado del telón de acero un poco más que por Good bye, Lenin! (y eso que esa pasa en Berlín) y por las historias que nos contaba nuestro padre cuando tenía más fe y la barba menos blanca.
El caso es que uno contiene la respiración hasta que ve a Marx y Engels y al soldado rojo y dice, buen cementerio les han buscado, amigos. Los exponen, cobran por ello, venden sus insignias y hacen de ustedes mousepads. Negocio redondo, y encima uno sale emocionado porque ve las botas de Stalin, lo único que quedó del dictador cuando los húngaros conquistaron su libertad. En ese momento aunque no tenga nada que ver, y consciente de todas las diferencias, a uno le viene a la mente la estatua de Sadam Husein cayendo de su pedestal, ya ven hasta dónde llega la memoria histórica de esta reportera. ¿En qué momento la insignia que el Partido le dio, pongamos a tu abuelo, vaya usted a saber por qué, llega a un escaparate lleno de polvo para que la compre un turista?
Allí se encuentra uno, intentando averiguar quienes son todos los bustos de nombre húngaro, bajo un cielo que amenaza nieve de nuevo y ve a las rollizas mujeres comunistas con las espigas y el laurel y se pregunta: chicas, ¿qué os pasó? Y ellas mismas tienen la respuesta, moles de piedra, gigantes, inamovibles, lejanas del pueblo, eso os pasó, ¿cierto? Bueno, y algunas cosas más.
Cuando ya el desconsuelo empieza a hacer mella, aparece lo más puro que parió el espíritu comunista. Quizás me paso, pero es que en casa perdimos la guerra. Aparecen -decía- las Brigadas Internacionales y el recuento de las batallas de la Guerra Civil española. Ahí se escapa una sonrisa, algo es algo, compañeros; poetas, periodistas, escritores viniendo a España y agarrando un fusil por la democracia... lo que cuenta es la intención, lo sabemos y sonreímos, por la memoria.
Después de fotografiar cuántas estatuas ve y antes de que se le congelen los dedos, uno vuelve del viaje al otro lado -que no le deje el bus- algo más abatido, pero con las mismas ganas de romper las cadenas, echa un vistazo a las reliquias y se compra por unos pocos florines -y muchos menos euros- un peazo de estrella roja con la hoz y el martillo, porque oye, la fe es lo último que se pierde, o ¿era la esperanza?



domingo, 10 de enero de 2010

Diario de viaje en diferido: BUDAPEST


Puesta de sol sobre el Danubio, Budapest


Budapest, vinimos buscando tus signos del este y los encontramos confinados en un parque, que más que de la memoria parecía del olvido. Budapest, magnética y radiante bajo la nieve. Budapest, quieres ser una metrópoli y te traiciona tu carácter de pueblo chico, amable y hospitalario. Budapest, ¿de dónde sacas esa atracción que irradias? Budapest, con los vagones de tu metro se podría bajar a la mina sin desentonar y en tus edificios las viejas damas de la realeza bailan un vals con los obreros que le quitaron las botas a Stalin. Budapest, ¿qué escondes bajo tus adoquines? Budapest -con tus florines y tu gulash- si cambias, nos vamos.