jueves, 17 de septiembre de 2009

Kamloops, una nota de color

Kamloops está al sur de la provincia de British Columbia (Canadá), pongámosle que al norte de Vancouver. Se trata de una ciudad ubicada en la confluencia de dos ramas del Thompson River. De hecho, Kamloops significa eso, encuentro de los ríos, en la lengua de los primeros habitantes de estas tierras. Antes de que llegaran los europeos este valle y sus montañas pertenecían al pueblo Secwepemc.
Los primeros europeos llegaron en 1811 y, entre otras cosas de sobra conocidas, debieron traer escuadra y cartabón. Así fue como el espacio que queda entre el río y las colinas parece papel milimetrado. Se trata del centro, con una calle principal, Victoria St., cuyos comercios cierran hacia las cinco de la tarde.
Pero, a estas alturas, ya se sabe, el centro no se hizo ni para los indios ni para los migrantes. Por eso es que yo vivo en el Carmel. Perdón, en lo alto de Columbia St.
Si el centro es algo así como un Eixample desabrido sin más encanto que el de los edificios que no pasan de dos plantas y la Reserva india viene a ser como un Raval por el que la gente de bien no pasea; la colina de Columbia St., entonces, bien podría ser un Carmel sin Pijoapartes.
De existir aquí un Pijoaparte, es un suponer, no tendría una Montesa sino un Ford Ranger, vestiría sudadera celeste y gorra de béisbol los días de diario, pasaría las tardes en el Tim Hortons no con Teresa sino con Keyli, que, es un suponer, estudiaría Business&Economics y los domingos se calzaría las camperas e iría a un rodeo en el que orgulloso cantaría el himno de la patria y bebería limonada.
Decía, que ando de alquiler en lo alto de Columbia Street, en un apartamento que es de lo más parecido a una columna de Juanjo Millás. Me refiero a que nunca cupieron tantas cosas en tan poco espacio. Pero no hay queja. Peor están las casas de la Reserva. El Gobierno las construyó sin unos entándares mínimos y ahora se despellejan y desconchan, se averían, y los nativos no pueden arreglarlas, “porque además no les pertenecen a ellos sino al Gobierno”, cuenta L., que ha vivido siempre en Kamloops. "¿Quién arreglaría algo que no le perteneciese, que no pudiera dejar en herencia a sus hijos, aunque pudiera económicamente?", se pregunta L.
Como decía, no hay queja. Me dan clase los discípulos directos de McLuhan y me duermo con los programas de la CNN. Kamloops, en fin, no me lo vaya usted a comparar con Barcelona.

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