miércoles, 17 de septiembre de 2008

Retazos de Bosnia-Herzegovina: Mostar

Decía Camus que un modo cómodo de entablar amistad con una ciudad consiste en averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. Antes de la Guerra de Bosnia (1992-95) en Mostar, capital no oficial de la región de Herzegovina, se trabajaba, se amaba y se moría sin preguntar por la nacionalidad o por la religión de cada cual. Hasta el 9 de noviembre de 1993. Ese día, la artillería croata dinamitó el símbolo de la ciudad, el puente de Mostar (Stari Most), que unía las dos orillas del río Neretva. Entonces se dejó de amar, se hizo imposible trabajar y se empezó a morir desesperada y frenéticamente al unísono. Eran los noventa en Bosnia-Herzegovina.

Hoy también se vive, se ama y se trabaja en esta ciudad, pero con menos prisa y más ausencias. La limpieza étnica –la separación por comunidades de la Federación de Bosnia-Herzegovina- se legitimó con los acuerdos de Dayton y los bosnio-croatas del oeste y los bosnio-musulmanes del este que habitan Mostar viven sin pisar el “otro lado de la ciudad”. En una terraza del lado croata, Maja una joven universitaria afirma que en toda su vida ha ido cinco veces al lado musulmán porque no se siente segura allí. Cabe recordar que Mostar contaba con 72.000 habitantes en el año 2000 y que en un paseo puede cruzarse la ciudad de parte a parte.

Se trabaja poco y mal pagado en Mostar, e incluso Maja llega a afirmar que hay que sobornar al empresario para ser contratado o poseer muchas influencias para conseguir un trabajo. Ocurre en todo el país. La mayoría del capital está en manos croatas, ya que los bosnio-croatas tienen doble nacionalidad y reciben ayudas del gobierno de la Republika Hrvatska (Croacia).

Sin duda, se ama en Mostar. Los matrimonios mixtos eran una realidad en todo el país antes de la guerra. Al fin y al cabo, todos comparten la raíz eslava, pero la jerga del país lleva a calificar de mixto algo que no merecería calificación alguna. En la actualidad, estos matrimonios son la excepción. La chica católica y universitaria afirma que si conociese a una “buena persona” se casaría con él “aunque fuese musulmán”, pero duda de que sus padres lo aceptasen. Y es que la influencia de los que vivieron la guerra todavía pesa mucho sobre sus hijos.

La muerte empieza a aceptarse como algo natural y no impuesto. Apenas ahora comienza a superarse entre un paisaje que la hace presente en cada parpadeo.

Cementerio de la mezquita

1 comentario:

Enric Tomàs dijo...

Buena crónica de Mostar, pubelo hermoso donde los haya. Tuve la ocasión de ir allí hace un par de veranos y todo lo que cuentas es tal cual lo dices. Me sorprendió un detalle: en Mostar croata se puede pagar con moneda bosnia y/o croata. Sin duda un ejemplo de que algo no está del todo solucionado.
Otra curiosidad: hace unos años inauguraron en Mostar el primer monumento en homenaje a Bruce Lee. Los motivos se me escapan, pero es así.
¡Fichada!