jueves, 14 de enero de 2010

Memento Park o el cementerio de sueños y pesadillas


Memento Park es un museo al aire libre hecho de desilusiones. Está a las afueras de Budapest, en lo alto de una colina a la que se llega en un bus, en cuyo boleto ya va incluida la entrada.

Uno llega y dice, ¿y por dónde se entra? Pues más o menos por donde quieras pero hay una señora refugiada en un cuartucho y tan cerca de una estufa de butano que debe de ser perjudicial para la salud, que te mira el billete y te sonríe, si cuadra y si el frío la deja. Entonces, ves una explanada cubierta de nieve y te enteras por las postales que hay dibujos en el césped y que la cosa tiene más miga de la que tú aprecias en ese momento de emoción contenida al pasar por delante de una estatua de Lenin y de un Trabant. Te acuerdas del folleto, que dice que es el único parque de Europa donde se reúnen las estatuas de la época soviética y dices, a ver si me transportan -con un poco de imaginación- a los tiempos de la Guerra Fría. Sólo por curiosidad, por conocer el otro lado del telón de acero un poco más que por Good bye, Lenin! (y eso que esa pasa en Berlín) y por las historias que nos contaba nuestro padre cuando tenía más fe y la barba menos blanca.
El caso es que uno contiene la respiración hasta que ve a Marx y Engels y al soldado rojo y dice, buen cementerio les han buscado, amigos. Los exponen, cobran por ello, venden sus insignias y hacen de ustedes mousepads. Negocio redondo, y encima uno sale emocionado porque ve las botas de Stalin, lo único que quedó del dictador cuando los húngaros conquistaron su libertad. En ese momento aunque no tenga nada que ver, y consciente de todas las diferencias, a uno le viene a la mente la estatua de Sadam Husein cayendo de su pedestal, ya ven hasta dónde llega la memoria histórica de esta reportera. ¿En qué momento la insignia que el Partido le dio, pongamos a tu abuelo, vaya usted a saber por qué, llega a un escaparate lleno de polvo para que la compre un turista?
Allí se encuentra uno, intentando averiguar quienes son todos los bustos de nombre húngaro, bajo un cielo que amenaza nieve de nuevo y ve a las rollizas mujeres comunistas con las espigas y el laurel y se pregunta: chicas, ¿qué os pasó? Y ellas mismas tienen la respuesta, moles de piedra, gigantes, inamovibles, lejanas del pueblo, eso os pasó, ¿cierto? Bueno, y algunas cosas más.
Cuando ya el desconsuelo empieza a hacer mella, aparece lo más puro que parió el espíritu comunista. Quizás me paso, pero es que en casa perdimos la guerra. Aparecen -decía- las Brigadas Internacionales y el recuento de las batallas de la Guerra Civil española. Ahí se escapa una sonrisa, algo es algo, compañeros; poetas, periodistas, escritores viniendo a España y agarrando un fusil por la democracia... lo que cuenta es la intención, lo sabemos y sonreímos, por la memoria.
Después de fotografiar cuántas estatuas ve y antes de que se le congelen los dedos, uno vuelve del viaje al otro lado -que no le deje el bus- algo más abatido, pero con las mismas ganas de romper las cadenas, echa un vistazo a las reliquias y se compra por unos pocos florines -y muchos menos euros- un peazo de estrella roja con la hoz y el martillo, porque oye, la fe es lo último que se pierde, o ¿era la esperanza?



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